lunes, 21 de noviembre de 2011

Vacío


Yo soy la sangre derramada
De todos los dioses,
Soy el hombre muerto,
La humanidad viva,
No tengo valentía ni libertad alguna,
Soy solo la huella,
Soy solo la sombra del dolor
De la muerte que no ha llegado.
No tengo líder ni ley,
No tengo camino ni fe.
No vengas por mí, destino,
No vengas por mí, fatalidad,
Que tengo miedo de tu hora y
De tu orden.

A mí llámenme caos y
Llámenme vacío de
Todo lo innombrable,
Llámenme hombre, llámenme mujer.
Yo soy el respirar ahogado,
Soy el calor en toda literatura.
De entre todos los caminos
Yo soy el más fiel,
El que nunca olvida,
Déjame traerte la miel,
Del vacío,
De la bestia y la piel,
Déjame mostrarte la sangre
Que resbala en tus uñas
Al arrancarte lo más profundo de tu ser.

Este soy yo con mi nombre,
Solo, arrojado en la noche,
Borracho y sin destino,
Soy la promesa neutra de la humanidad.
No tengo futuro porque no hay vida
Después de hoy.
Si se acaba el sol es que no hay mañana
Ni luna que lo defienda.

Estoy muerto, créanme, estoy muerto.


martes, 1 de noviembre de 2011

II


-Ponte algo de Shakira, ¿no?

La cerveza hacía burbujas que le cosquilleaban en los labios. Había adoptado hace tiempo esa manera de tomársela, autoengañandose a sabiendas con la idea de que así  la demoraría y no la engulliría de un solo sorbo. Por supuesto había entendido que era una manera de hacer precisamente eso pero aliviándose por haber hecho todo lo posible. Iban tres a una y con mayor ventaja porque Gisela se había apoderado de la música con la concesión tranquila de Santiago. Finalmente, cuando estuviera borracho, se infiltraría por las buenas o por las malas, seguro de Vetusta Morla. De cualquier manera, una vez borracho como para tomarse el control del reproductor no duraría mucho de dictador y abdicaría por sus labios inexorablemente y luego de eso ni música, ni poder, ni cerveza, ni él mismo. Inclusive, para ese momento, tres a una, ya empezaba a dibujarse la tentativa de poner el parlante en la habitación y sentarse sobre la cama con el sol rompiendo la ventana, tiñendo las paredes de un naranja de mandarina madura (el único con el que puede pintar con sus manos la espalda de ella justo como es, delinear en una fantasía impresionista el contorno de su cintura). Gisela sabe con una intuición infalible que él irá a buscar su boca, por eso se hace la desentendida con el cigarrillo en la mano, demorando de verdad la cerveza. En el fondo ella está a punto de reventar de ganas de recordar la boca de ese como dibujo, ese poster variable que le sonríe y guiña torpemente un ojo cuando ella chupa el cigarrillo. Sin embargo, hay que pensar en la música porque algo de Shakira como algo de cualquiera no es una simpleza. Una canción es como una palabra: si no se escoge la adecuada, no funciona y se vuelve parodia. Y aunque a lo mejor ambos están pensando en la misma, cómo saberlo porque esa manera de dejar salir el humo puede ser El Octavo Día pero las burbujas en los labios pudieron haber confundido cierto acorde de alguna otra en el recuerdo con una canción de Scorpions y entonces esa insatisfacción insospechada que trae de golpe la certeza del estómago y de que se está ahogando con la boca constreñida.

-¿Cuál pongo?

-No sé… cualquiera. La que tú quieras.

No es fácil. Yo quiero poner la que estoy pensando y quiero que tú también estés pensándola pero además que la pienses porque yo la pienso y nos estemos comunicando desde antes, desde antes de llegar a estas sillas con ese peso del espacio que cambia y el tiempo que se va. Y que nosotros mismos seamos el tiempo que en sí trae derretido como una crema al espacio, una licuadora de tú y yo, San, una malteada. Sería hermoso que estuvieras pidiendo una canción para mí porque la leíste en mis medias o quizás en como dejo caer mi mano sobre mi rodilla. Sin embargo, es una trampa porque no sé qué canción quieres escuchar.

-No, mejor otra cosa – dice Gisela sonriendo.

-Lo que quieras – Dice Santiago, levantando los hombros.