He pensado en lo que me dijo ese día en posgrados,
que el formato más versátil podría ser el epistolario, las cartas. Sin embargo,
hay una diferencia entre las cartas ficticias, las cartas a uno mismo y las
cartas reales y es precisamente el carácter de postal que tiene una carta real.
Las reflexiones son muchas, Roberto, pero tal vez quiera conocer las anécdotas
y esas diferencias sustanciales entre nuestras culturas. La cuestión es casi la
misma que en todo: ¿qué es lo que quiere saber? Yo tengo que asumir qué es lo
que a usted le interesa, no sé si quiere saber cómo estoy y cómo me siento o si
quiere conocer Argentina a través de mí, son cosas muy diferentes. De Argentina
puedo decir muchas cosas pero todas son más o menos la misma. Es una cultura
reprimida esta, nerviosa, más o menos hipócrita, farandulera y fuertemente
centralizada. No me gustan los argentinos, pero Buenos Aires es una ciudad… a
veces uno se tiene que aguantar a los habitantes para poder seguir viendo los
edificios. Sospecho que usted también apreciaría los andenes amplios, el escaso
flujo vehicular (en contraste con Bogotá). Tiene una sensación acuosa esa de
caminar sin que nadie lo quiera mirar porque no es que no lo miren, es que no
quieren y eso casi se puede tocar.
Me estoy encerrando. No quiero hablar, no quiero
decir nada, no he escrito una sola línea desde que llegué –esta carta es apenas
la segunda ocasión en la que me enfrento al teclado de verdad, la primera fue
otra carta– y no encuentro excusas ni
intenciones para evitarlo. Ya se me está acabando la plata, dejé el trabajo que
tenía como mesero porque me aburrí. Me encuentro quemando las experiencias en
miradas deflagrantes, solo arrasando todo con una insatisfacción abismal. Todos
los días me pregunto qué hace la gente para vivir, cómo aguantan y simplemente
hacen cosas como si fuese natural. Supongo que usted ya debe estar pensando en
la disciplina para este momento porque es cierto, esa es la respuesta a todo: hay
que volverse riguroso para no sentir, para domar la pasión, para impedir el
ahogamiento. Pero ¿escribir? ¿De verdad cree en algo como eso, Roberto? ¿Hacer
cine, servir mesas, manejar, administrar, construir edificios? Los oficios son
como hojas en un directorio telefónico, nada más, y así mismo el ocio, las ideas.
El congreso en el que estuve me dejó esa terrible sensación, esa pesada
metáfora, viajé muchos kilómetros y me encontré de nuevo con el monumental y
pútrido esqueleto de nuestras ciencias humanas, filosofías con eco metálico,
bisagra oxidada. El ansía me devora, el anhelo de encontrar algo más, de
encontrar algo, al menos, pero no sé qué es, ni a qué se parece. No sé qué es
lo que quiero y es muy posible que buscar sea solo una forma de evadir, pero no
sé qué es lo que quiero evadir, quizás las responsabilidades pero eso sería
también restarle valor a la búsqueda. Trato de refugiarme en la historia y en
las ficciones (que son la misma cosa, ¿no?) y veo tantas búsquedas similares en
tantas páginas que me reconfortan pero con una sospecha terrible. Los héroes de
la literatura, en el sentido que se le ocurra, buscan cosas y siempre
encuentran algo, tienen viajes fantásticos y maravillosos,
crudos y agobiantes y al final, luego del viaje (sea cual sea) se desenvuelven
y continúan, se perpetúan. Me parece aterrador que el viaje sea infinitamente
infinito, todos buscan formas de seguir viviendo pero ¿para qué? Hay algunos
que encuentran palacios en la luna o ventanas hacía el universo en
multiplicidad pero eso solo se logra en la literatura ¿me entiende? Luego de la
catarsis llega la resaca, sé que usted la conoce; las preguntas, el por qué yo
no o qué tengo que hacer. Nunca podré ver un palacio en la luna y si lo logro,
ya estaré muy lejos de aquí, tanto que no lo sabré, quizás. La imaginación es
poderosísima pero es como los sueños, cuando se interrumpe deja ese sabor a mal
chiste y nada de eso vale como vida. No es que no me atraiga vivir entre
imaginaciones pero me gustaría tener el poder de trasplantarlas, transmutarme y
romper los velos virtuales hacía un espacio físico alternativo, nadar entre
dimensiones y vivir vidas mágicas. Estoy preocupado y aquí no he encontrado el
silencio que busco, no he podido, hay mucho conflicto con tener que comer,
trabajar, ocupar un rol social, pensar en los demás, pensar en uno mismo, hay
mucho desorden y mucho aburrimiento. Si estuviésemos en el siglo XVII me
dedicaría a la alquimia, ahora hay que cursar pregrado de Historia, luego
posgrado en Historia de la Ciencia y especializarse en protociencia (alquimia,
chamanismo, etc.) ¿cómo es que las cosas mueren de forma tan cruel sin que
nadie sangre por eso?