miércoles, 25 de enero de 2012

Carta desde Buenos Aires


He pensado en lo que me dijo ese día en posgrados, que el formato más versátil podría ser el epistolario, las cartas. Sin embargo, hay una diferencia entre las cartas ficticias, las cartas a uno mismo y las cartas reales y es precisamente el carácter de postal que tiene una carta real. Las reflexiones son muchas, Roberto, pero tal vez quiera conocer las anécdotas y esas diferencias sustanciales entre nuestras culturas. La cuestión es casi la misma que en todo: ¿qué es lo que quiere saber? Yo tengo que asumir qué es lo que a usted le interesa, no sé si quiere saber cómo estoy y cómo me siento o si quiere conocer Argentina a través de mí, son cosas muy diferentes. De Argentina puedo decir muchas cosas pero todas son más o menos la misma. Es una cultura reprimida esta, nerviosa, más o menos hipócrita, farandulera y fuertemente centralizada. No me gustan los argentinos, pero Buenos Aires es una ciudad… a veces uno se tiene que aguantar a los habitantes para poder seguir viendo los edificios. Sospecho que usted también apreciaría los andenes amplios, el escaso flujo vehicular (en contraste con Bogotá). Tiene una sensación acuosa esa de caminar sin que nadie lo quiera mirar porque no es que no lo miren, es que no quieren y eso casi se puede tocar.

Me estoy encerrando. No quiero hablar, no quiero decir nada, no he escrito una sola línea desde que llegué –esta carta es apenas la segunda ocasión en la que me enfrento al teclado de verdad, la primera fue otra carta–  y no encuentro excusas ni intenciones para evitarlo. Ya se me está acabando la plata, dejé el trabajo que tenía como mesero porque me aburrí. Me encuentro quemando las experiencias en miradas deflagrantes, solo arrasando todo con una insatisfacción abismal. Todos los días me pregunto qué hace la gente para vivir, cómo aguantan y simplemente hacen cosas como si fuese natural. Supongo que usted ya debe estar pensando en la disciplina para este momento porque es cierto, esa es la respuesta a todo: hay que volverse riguroso para no sentir, para domar la pasión, para impedir el ahogamiento. Pero ¿escribir? ¿De verdad cree en algo como eso, Roberto? ¿Hacer cine, servir mesas, manejar, administrar, construir edificios? Los oficios son como hojas en un directorio telefónico, nada más, y así mismo el ocio, las ideas. El congreso en el que estuve me dejó esa terrible sensación, esa pesada metáfora, viajé muchos kilómetros y me encontré de nuevo con el monumental y pútrido esqueleto de nuestras ciencias humanas, filosofías con eco metálico, bisagra oxidada. El ansía me devora, el anhelo de encontrar algo más, de encontrar algo, al menos, pero no sé qué es, ni a qué se parece. No sé qué es lo que quiero y es muy posible que buscar sea solo una forma de evadir, pero no sé qué es lo que quiero evadir, quizás las responsabilidades pero eso sería también restarle valor a la búsqueda. Trato de refugiarme en la historia y en las ficciones (que son la misma cosa, ¿no?) y veo tantas búsquedas similares en tantas páginas que me reconfortan pero con una sospecha terrible. Los héroes de la literatura, en el sentido que se le ocurra, buscan cosas y siempre encuentran algo, tienen viajes fantásticos y maravillosos, crudos y agobiantes y al final, luego del viaje (sea cual sea) se desenvuelven y continúan, se perpetúan. Me parece aterrador que el viaje sea infinitamente infinito, todos buscan formas de seguir viviendo pero ¿para qué? Hay algunos que encuentran palacios en la luna o ventanas hacía el universo en multiplicidad pero eso solo se logra en la literatura ¿me entiende? Luego de la catarsis llega la resaca, sé que usted la conoce; las preguntas, el por qué yo no o qué tengo que hacer. Nunca podré ver un palacio en la luna y si lo logro, ya estaré muy lejos de aquí, tanto que no lo sabré, quizás. La imaginación es poderosísima pero es como los sueños, cuando se interrumpe deja ese sabor a mal chiste y nada de eso vale como vida. No es que no me atraiga vivir entre imaginaciones pero me gustaría tener el poder de trasplantarlas, transmutarme y romper los velos virtuales hacía un espacio físico alternativo, nadar entre dimensiones y vivir vidas mágicas. Estoy preocupado y aquí no he encontrado el silencio que busco, no he podido, hay mucho conflicto con tener que comer, trabajar, ocupar un rol social, pensar en los demás, pensar en uno mismo, hay mucho desorden y mucho aburrimiento. Si estuviésemos en el siglo XVII me dedicaría a la alquimia, ahora hay que cursar pregrado de Historia, luego posgrado en Historia de la Ciencia y especializarse en protociencia (alquimia, chamanismo, etc.) ¿cómo es que las cosas mueren de forma tan cruel sin que nadie sangre por eso?