viernes, 14 de septiembre de 2012

Te Veo en la Oscuridad

Parte del proyecto Dime Que te Cuento



Te veo en la oscuridad, me dijo una vez con esa extraña manera de decir, sus ideas en el aire. Verme es sentirme y la oscuridad es movimiento pleno que se trasluce, soy apenas una silueta que baila. Me pregunto si me ve en este momento como yo la veo, con los ojos abiertos y las manos en el suelo. Aprendí a sentir el espacio, a sentir las vibraciones de su piel a través de la madera y ahora lo demás me estorba. El primer día entendí que vendarme los ojos era una trampa sin salida, lo mejor era no ver de verdad, quitarles el valor a mis pupilas y olvidar. Una vez que lo logras descubres que el mundo es más bello, los colores son una mentira, las formas un espejismo y si imaginas un punto blanco en medio de la pared (también blanca) eres libre de buscar, entiendes cómo el mundo gira, gira como sus dedos. 

A lo mejor cree que está sola, sola como nunca, sin mis pasos de terremoto en las tablas pero aunque quisiera no puedo evitar sentir su pelo escuchándome mientras se sacude. Hacer el amor a la distancia, te veo en la oscuridad, con la luz apagada y lo que debe ser el sol filtrándose por la única rendija que queda en esta casa. Quizás por eso gime de esa manera, llamándome o provocándome o rebelándose contra todo lo que no tiene y que no podría extrañar jamás. Sus dedos saben bien por dónde ir, sus piernas se sacuden, un orgasmo tras otro con la cabeza en el sofá y los pies torciéndose hasta abajo. Cuando abrí los ojos me llegó el tintinear de un goteo lejano a la boca del estómago, el grifo tal vez, una gotera sin lluvia, con las medias bien puestas en el camino más sólido me deslicé y fui entendiendo que la fuga venía de su cuerpo. Tendré que limpiar después de esto, algún día; las cosas se van ajando, los días, el tiempo así pasa, como un círculo bien delineado por los antiguos, como un trago amargo de mezcalina y una medusa en su pelvis, bailando. Comunicarse con las manos es algo diabólico, el juego de arcilla que me traen sus fluidos me revienta la garganta porque la pregunta siempre es cómo te sientes y después de eso las luces, las paradojas de lo concreto que trata de explicar lo infinito. Me siento como una mesa, como un jarrón, me siento como una piedra que cae, me siento como el bajo que se repite una y otra vez, inmutable, bum bum bum bum bum bum bum bum bum y asi estoy, colgada de esta cosa suave y sé exactamente que pasó veintitrés veces, una tras otra bum bum bum bum bum. Tócame.

No voy a tocarte, te puse las manos encima esa vez que te enseñé a contar y es la maldición más grande que ha caído sobre mí porque cuando no ves y no oyes te haces sistemático pero ingenuo. En ese entonces, las ventanas todavía estaban abiertas y yo creía firmemente en el exterior. Mira, es decir, toma, esto es una bolsa de té, es-una-bolsa-de-té, dámela, aquí hay otra bolsa de té ¿entiendes? Primero una y luego otra, es decir, uno y dos, dámela de nuevo, esta es otra bolsa de té, uno dos y tres. Yo reía porque era la misma bolsa y jugaba a hacer combinaciones, restas, multiplicaciones, pero cuando el número llegó a tres mil su memoria empezó a despertar; si una bolsa son dos bolsas, mil doscientas bolsas, ¿por qué tantas bolsas si es el mismo té? Toca, es igual, tienes tres mil bolsas con hojas del mismo tamaño, el mismo olor, la misma tela y se levantó de repente, se golpeó la cabeza y me escupió. Te voy a enseñar a contar, maldita ciega estúpida, grité, la tomé por los hombros y la tiré al piso y no sabía si estaba llorando o qué rayos estaba haciendo con ese ruido asqueroso que le brotaba de la garganta y las manos dándole puños a la madera hasta quebrarla. Y después me vas a decir cuantas veces te la metí, te voy a hacer hablar sorda pendeja ¿no me lo merezco acaso? Después de haber cerrado las cortinas y tocar con el pie la sangre entendí que el mundo está terriblemente cerca. Porque supe que de entre todo lo que resbalaba en el suelo, era sangre, se me cerraron los ojos y sentí la sangre, en las paredes, una minúscula hoja de té pegada en mi espalda.

Desde ese día, cuenta los orgasmos y se mete los dedos hasta el fondo, con violencia y me llama con los dientes enterrados en sus labios. Y se estira, me clava los dedos en el hombro y me dice, soy una bolsa de te, ese día te vi, moviendo la cortina, te veo en la oscuridad, eres una silueta. No soy una silueta, soy una sombra, soy movimiento que se trasluce sin volumen, soy vibración.