Flotando soy testigo del ocre que se levanta con fuerza cataclísmica.
Rompiendo el cristal emergen incontestables dunas que se esparcen por valles áridos.
Descenderé a beber del tiempo sus granos secos. Un espejismo se arrastra pero
no distingo la silueta, cual serpiente me deslizo y, gélidas las venas,
sobrevivo. Rozo las ásperas barbas de aquel que a voluntad enceguece pues sus
ojos blasfemos crecieron para nunca conocer color alguno más que el pútrido
verde de la peste. Respira pesadamente y sofoca la vida… el veneno
en mis fauces.
-Antonio... – dice con dolor
-Lejanos caminos, hermano, se lo han llevado ya. No es él quien acaricia
tus heridas
-Respiras mi aliento sin morir, Antonio… Que la providencia te dio nuevo
nombre.
-Yo, solo soy yo – silba la ponzoña entre mis labios.
Fotografía por Tronchitron |
El fango se escurre en mis poros vibrantes de energía. Mis fauces abiertas,
los colmillos brillando con sangrienta desesperación enterrados son en la carne
por misericordia. Abandono un cadáver ahora bienaventurado bajo la tormenta de
arena. Vuelto a la forma original camino a través de las dunas cansado, mi
cabeza pesa. De nuevo, sobre mis ojos las motas resbalan, no azules sino
naranja. Una polea en la lejanía, en el occidente, oscila a grandes revoluciones.
Intranquilo devuelvo la sonrisa a la muerte pues entiendo el color del
Apocalipsis. Tanta belleza, el último regalo.
Una efigie se levanta y yo levanté mis venas abiertas, destilando agua. Luego
de beber la criatura acercó su rostro carente de pupilas e inclinó la cabeza,
confundido.
-¿A qué has venido?
-¿Quién eres, monstruo?
-¿Monstruo? Tu saliva mas que humedecer tu lengua habría de matarte, joven
anciano, pues solo un dragón desteñiría el aire con su veneno.
-¿Quién eres?
-Mi nombre es Uriel, guardo los infiernos. La tierra estéril erosionó tan
poderosamente que engendró vida y abrí mis muertos ojos al ardiente sol.
Bendito el don con el que me castigaron pues fue piedad la que me relegó a las
tinieblas. Solo un invidente se enfrentaría a los horrores del mundo que
resguardo.
-Miles son las grietas de tu cuerpo, Uriel. Podría tocarte y serias
derrumbado
-Miles los pliegues de tu piel, pobre hombre y la brisa vendrá a por ti...
-Quisiese entrar
-Estas dentro… y eres frágil, criatura. Aunque resistieses la mirada infame
y te alimentases de su carne, nunca convendrías la indulgencia. Has viajado
lejos con paciencia asesina. Nisiquiera ahora que entiendes que el cristal se
compone de arena y rozaste las pieles milenarias de la bestia tienes derecho,
humano, a escapar de mi reino.
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