Un día tomamos las armas y salimos a la calle. Nadie dijo nada, solo
empezamos a caminar; unos llevaban bates, otros varillas, otros pistolas, otros
cuchillos, algunos llevaban botellas con gasolina. Nadie dijo nada, solo
estábamos ahí, íbamos todos juntos y de cada casa salía alguien más. No nos
miraban por las ventanas, no esperaban que los arrastrara el furor, la marea de
nuestros pasos, era una ruta y todos sabíamos por dónde ir. Caminamos y
caminamos, atravesamos el cortante viento del invierno, ni un auto en
circulación, las luces apagadas, todo era silencio salvo nuestros pies
rebotando en el asfalto. Era claro que nos estaban viendo, siempre nos
observaron, nunca se detuvieron. Nadie dijo nada, solo estábamos atentos, en
cualquier momento nos encontraríamos pero no teníamos miedo. Al tocar el
asfalto ya estábamos muertos, dejamos la vida en la cama, en la cocina, en las
sombras de nuestras jaulas, en los brotes de musgo y amor que caen del
cielorraso y crecen en la alfombra. Algo se movía bajo el suelo, nadie dijo
nada, algunos cayeron, otros se alzaron en oleadas de fuego.
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